martes, 24 de abril de 2007

Gamoneda escribe su mejor poesia en Alcala de Henares


Aquel niño que cruzaba las calles de León por la acera del frío, en pantalones cortos, con la posguerra asestando su cuplé de miserias se calzaba ayer un chaqué por primera vez en su vida.
El joven conserje de banco, el poeta huérfano de padre, el silencioso oficinista de los años duros del olvido y la provincia entraba ayer solemne detrás de los Reyes y delante del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, hasta el estrado del paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. Venía a recoger el Premio Cervantes, dotado con 90.000 euros, el más alto galardón de las letras hispánicas.

A Antonio Gamoneda le volvió como un alud la historia de su vida, hecha de un vendaval y un contraluz. El Gaudeamus igitur del coro de la institución goteó una rara épica en el ambiente. Y una vez que los maceros abrieron paso, con solemnidad de pavo real, el autor de Libro del frío descorchó un discurso en el que tomó la pobreza en la que vivió Cervantes como trasunto del Quijote; y de algún modo como reflexión de la vida propia. «Porque yo vengo de la penuria y el trabajo alienante», comentó en el rotundo arranque de su intervención.

Gamoneda iba de su corazón a sus asuntos. Recordó aquel libro de su padre en el que aprendió a leer en 1936: «Asimismo, mi primera información sobre la vida civil consistió en advertir la horrible represión en el barrio más tristemente obrero de mi ciudad». Habló también de la «cultura de la pobreza». Sobrevoló el nombre de algunos maestros de fatigas –François Villon, César Vallejo, siempre Cervantes– y en el caldo festivo de la mañana dejó caer la reflexión doliente, la palabra a fondo del poeta que mira atrás sin mendigar auxilios: «Yo quiero decir algo sobre la obra creativa de Cervantes considerando que fue hecha, precisamente, desde la pobreza. Se ha estudiado la presencia de esta pobreza en su vida, pero quizá no se ha estimado como causa de peculiaridad en su obra», subrayó.

El discurso de Gamoneda venía pespunteado de dolor, pero no traía rencores. Sencillamente fue el espejo de un viaje difícil hasta este día, un 23 de abril y a los 76 años. Eso sí, aprovechó igual para fijar devociones (San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Nazim Hikmet, Claudio Rodríguez, Valente y Caballero Bonald «un contemporáneo pleno») como para derrotar en el burladero de algunas fobias como el realismo poético de vuelo corto: «Respeto y disiento, a la vez, de esta extendida opción estilística, de este realismo vertido en un lenguaje meramente informativo al que dicen 'claro' o 'normalizado'».

Y en ese camino, el autor de Lápidas situó a Cervantes como creador de una tradición lingüística «progresiva y progresista». «Su poder anticipatorio consiste en la creación de claves liberadoras que, siglos después, serán activas en la obra poética de un Kafka, de un Joyce, de un Faulkner...», acuñó Gamoneda, que iba destrenzando su discurso con esa cadencia de hombre adentro de la que ha hecho labor propia. Reconstruyendo el mosaico llagado de una existencia que adquiere realidad en el misterio de un poema, apuntalada con mampostería ética, como recordó en su réplica Don Juan Carlos: «Este escritor se nutre de recuerdo, de memoria, de dolor, pero también de vida, de consuelo. Sobresale por su profundidad y por su arraigado sentimiento».

El rastro que la vida ha dejado en la obra de Antonio Gamoneda es, según manifestó el monarca, «el poso de un pasado que fermenta, con la vibración que emiten las palabras, más allá de su sentido previsible... Aunque en su obra late la muerte como parte de la esencia misma del ser humano».

No tengo miedo ni esperanza. Desde un hotel exterior al destino, veo/ una playa negra y, lejanos, los grandes párpados de una ciudad cuyo dolor no me concierne, escribe el poeta.

Por voluntad o por destino, el Premio Cervantes 2006 ha escapado de los cánones generacionales, de las nóminas de libro de texto, de las fotos de familia literaria. Por voluntad o por destino ha ido haciendo camino en dirección contraria. Y en ese aspecto incidió también la ministra de Cultura, Carmen Calvo: «Se ha dicho de él que es un 'poeta isla', porque se resiste a ser encasillado o porque de un modo u otro no estaba contemplado en ningún casillero. Alejado del vaivén de las modas estéticas, siempre se mantuvo consciente de que 'la poesía es una aventura subjetiva', que sólo se hace real en la soledad, aunque se proyecte en un marco histórico y colectivo. Hoy en día, este hombre representa una de las mejores y más nobles imágenes de la cultura en la lengua española», subrayó.

Gamoneda fue abriendo frentes en su discurso, cerrando heridas, actualizando la memoria, ajustando algunas cuentas pendientes... Llegó hasta Alcalá de Henares con el fervor manso de la provincia haciéndole de escolta en las palabras. «Nosotros los de la pobreza, no tuvimos libros, no fuimos a la universidad. Esta diferencia con los creadores cultos a partir de una situación social que pueda considerase afortunada, no es una diferencia de grado cualitativo. Esta diferencia la procurará el talento», comentó algo después, ya en los jardines de la institución, cuando el chaqué le caía ya como una segunda piel, cuando el mediodía colgaba de un trapecio de polen.

En el alero de la mañana, un puñado de palabras lanzadas como un soplo entre la convicción y la aceptación: «El sufrimiento de causa social es nuestro sufrimiento, y penetra, en modo imprevisible, nuestra conciencia lingüística». Antonio Gamoneda ha tomado como lema el silencio y la penumbra. Incluso ahora, bajo el cañón hirviente de los focos, es como si prefiriese estar en las calles de siempre, a media luz, con un frío de límites y las manos a la espalda.

Fuente: La Crónica de León

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