sábado, 21 de abril de 2007

"Creo que introducir el leones en la vida comun, puede ser un error"


Desde la casa de Ramón Carnicer se observa el Tividavo y los montes que le ponen cerco a Barcelona. Es un paisaje hermoso que él ya no disfruta desde que una operación de cataratas le dejó casi sin vista. Le leen cada día los titulares de los periódicos, incluido éste. Dice que tiene «una edad indecente». No conserva la vitalidad que le hizo recorrer medio mundo pero sí la lucidez que le sirvió para interpretarlo. Es uno de los escritores vivos más importantes de cuantos han surgido en esta provincia.

Mañana recibe en la Feria del Libro de Ponferrada un homenaje al que no podrá asistir, igual que no pudo asistir a otros homenajes que, por incomprensibles motivos, el tiempo le ha ido negando.
P.— Se habla de que hay muchos escritores leoneses, pero la verdad es que algunos de los mejores nacieron, como usted, en Villafranca del Bierzo. ¿Casualidad?

R.— Hubo personas brillantes en Villafranca del Bierzo, y además había buen ambiente entre nosotros. Creo que compartíamos un interés por lo literario. Yo leí muchísimo estando allí, lo fundamental. Yo siempre tuve intención de escribir, pero realmente lo fui demorando porque nunca me consideraba yo capacitado. Lo primero que escribí fue mi tesis, que ya entonces era algo muy empalagoso, con mucha bibliografía. Y, después de aquello, para descargar, escribí un libro de cuentos, 'Cuentos de ayer y de hoy', que fue premiado. Decidí seguir escribiendo.

P.— Y, desde entonces, ha publicado 25 libros.

R.— Es muy curioso porque toda mi obra gira en torno al cinco. Tengo cinco novelas, cinco libros de viajes, cinco libros sobre gramática, cinco libros que son biografías (dos de ellos autobiográficos) y cinco libros de ensayo en los que se han ido recogiendo artículos y demás reflexiones.

P.— ¿Ha provocado alguno de esos libros tanto malestar en el poder como 'Donde las Hurdes se llaman Cabrera'?

R.— Era una región totalmente abandonada y olvidada, y el libro me creó algunas enemistades con los caciques que gobernaban aquello. Hubo mucha hostilidad contra mí por parte de los que explotaban aquella miseria, que ya no sólo eran los políticos o empresarios sino que había incluso prestamistas que se aprovechaban de aquella pobre gente. Hubo un gobernador civil, un individuo llamado Ameijide, al que llamaban don Cenón, porque era un comilón tremendo, que se enfadó mucho conmigo por haber escrito ese libro. Pero también hubo gran alboroto a mi favor. En Ponferrada recibí un homenaje que recuerdo con mucho cariño. Aquel libro sobre La Cabrera se puede decir que fue el que me lanzó más en el mundo de la literatura. Tuvo mucha repercusión, y eso que trataron de silenciarlo porque en él se decían muchas cosas que, de aquella, no se podían decir abiertamente.

P.— ¿Qué sensación le ha producido regresar a La Cabrera?

R.— Ha cambiado mucho. He vuelto algunas veces, y lo que siento es no haber podido ir todas las ocasiones en las que me han invitado. Me hicieron, incluso, hijo adoptivo de la comarca. Cuando volví después de haber hecho el viaje para el libro lo que pude comprobar fue la desolación del abandono. Odollo, cuando yo fui por primera vez, era pobre pero tenía 400 habitantes, y dentro de la miseria tenían sus fiestas y sus pequeñas alegrías. Me lo encontré con cuatro habitantes. Y otros pueblos, por el estilo. Vi, además, muchos enfermos mentales, y supe que alguno había llegado a suicidarse porque no podía soportar la soledad, la incomunicación. Otra de las cosas que me entristeció de mi regreso a La Cabrera fue comprobar que se había perdido la solidaridad que había en la miseria. Entonces, no había nada pero lo que había se compartía. Y, luego, que el progreso ha llegado en el sentido negativo, en forma de destrucción del medio ambiente, por ejemplo. Se mueve el dinero pero allí no queda porque los pueblos siguen estando abandonados.

P.— De ese libro pasó a 'Nueva York, nivel de vida, nivel de muerte'. ¿No fue un cambio demasiado radical?

R.— Fue casual. Me invitaron a ser profesor visitante en una universidad. Aproveché para conocer un mundo que entonces era poco conocido aquí, y escribí ese libro que también tuvo su éxito. Estoy orgulloso de él en la misma medida que de los demás. Luego llegó 'Gracias y desgracias de Castilla la Vieja', otro libro de viajes sobre Extremadura, finalmente el 'Los enclaves', que trata de esas comarcas de una provincia que están dentro del territorio de otra provincia, un asunto del cual no se había escrito absolutamente nada. Fue el último gran viaje que hice, y lo hice acompañado por mi hijo Alonso, que fue el encargado de hacer las hermosas fotografías que en él se incluyen.

P.— Ahora se publican habitualmente libros de viajes, pero, ¿quién lo había hecho entonces?

R.— Se había publicado aquel libro de Cela, el de la Alcarria, pero es un libro lleno de irrealidades: que si durmió en una cuneta, que si convivió con unos gitanos... Cela era muy fantasioso, era amigo pero era muy fantasioso. Mis libros de viaje son pura realidad, no hay parte imaginativa, son la pura descripción de lo que me fui encontrando.

P.— Además del viaje, otra de sus obsesiones ha sido el lenguaje.

R.— Sí, es cierto. Durante 18 años colaboré con La Vanguardia escribiendo artículos sobre el lenguaje que luego fueron recogidos en cinco libros. Me dio mucho trabajo pero me enorgullece que todo ese material se ha utilizado como herramienta de aprendizaje en muchos países extranjeros para aprender español.

P.— ¿Qué opinión le merece el actual estado del lenguaje español?

R.— Bueno, siempre hay gente alarmista y otros que fantasean con convertir el español en la lengua más importante del mundo, como se ha dicho en el congreso que se ha celebrado recientemente en Colombia. Yo creo que ni lo uno ni lo otro.

P.— Pero, a parte de la cantidad de hablantes, ¿qué piensa del uso que hacemos de él?

R.— Pues algo parecido. Hay gente purista, que toda innovación le parece una adulteración de la lengua, y otros en cambio son partidarios de renovarla. Yo soy ni de una corriente ni de otra. Creo lo que es lógico, que cuando en español existe una palabra que quiere decir lo mismo que una extranjera, pues es mejor decirlo con la española. Hay quien no lo entiende así y hay muchos anglicismos, y además la Academia se ha mostrado más permeable a ellos últimamente. Una lengua es un instrumento de comunicación, aunque cuando se generaliza una expresión o un término, la gente se habitúa a la forma inicial. Una lengua es una renovación, responde a un proceso evolutivo que hay que tomarse en su justa medida, ni como intransigente ni como todo lo contrario sino con mucho sentido común, que es lo que a menudo falta.

P.— En León, desde ciertos sectores, se está queriendo recuperar el lleunés. ¿Qué opinión le merece esto?

R.— Yo no sé qué lengua es esa. Si ahora vamos a resucitar todos los arcaísmos… A mí no me gustaría que, de repente, todo el mundo se pusiese a hablar el castellano de Gonzalo de Berceo. De manera que esa lucha de León por separarse de Castilla, yo no la veo muy coherente.

P.— ¿Pero desde el punto de vista político o desde el lingüístico?.

R.— Desde el punto de vista lingüístico, me parece que nos entendemos todos y que no se deben complicar las cosas. Si hubiera una necesidad, pues lo entendería. En León se habla muy bien castellano, y creo que eso es de lo que deberíamos presumir y no hacer esfuerzos baldíos en recuperar una lengua muerta. Todo lo que sea estudio sociológico está bien, pero hay que saber interpretarlo. Está muy bien recuperar el leonés para la universidad, pero querer introducirlo en la vida común me parece un esfuerzo inútil.

P.— ¿Y desde el punto de vista político?

R.— Cuando se habla de hacer un País Leonés entre León, Zamora y Salamanca… Pues no sé lo que pensarán en Zamora, pero en Salamanca viví y cada vez que oían hablar de eso me preguntaban a mí porque no tenían ni idea de lo que sería un País Leonés. Y yo, sinceramente, tampoco sabía responderles. Todos los nacionalismos que podríamos calificar de menores creo que no son positivos. He viajado por toda España y, donde quiera que haya llegado, me siento español, pienso en español y me comunico en español, que es un instrumento mucho más útil del que tienen en otros países.


Fuente: La Crónica de León

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