domingo, 8 de julio de 2007

En la historia de Gordón no se puede olvidar a las minas

La historia se escribe con mayúsculas cuando hay detrás de ella un inherente pasado o una huella indeleble que por diferentes motivos haya consagrado su nombre o prestigio. Sin lugar a dudas, para la comarca de la Montaña Central de León, lo constituye el legendario Pozo Ibarra (1930-1996).

En el archivo de la Sociedad Anónima Hullera Vasco Leonesa, uno de los más importantes de España, gestionado desde 1996 por la Fundación Hullera Vasco Leonesa, se puede estudiar el paso por el tiempo de la mina.

Francisco Miñón vendió su concesión a los socios de Hulleras de Ciñera, una sociedad que se constituye en Bruselas en 1900. Fueron varias las conversaciones que esta sociedad mantuvo con la Vasco para la venta de sus minas en el periodo que va de 1900 a1910. Las razones para la venta eras varias: Los pozos ocupaban concesiones limítrofes y se producía una constante intrusión de labores.

Para la Hullera, la mayor ventaja consistía en hacerse con la producción de carbón semigraso de la Capa Emilia. Sin embargo, no fue hasta el año 1910 cuando se produce un acuerdo sobre el precio. A partir de esa fecha las memorias de la empresa conducen a los datos en los que la mina es preparada con un pozo vertical maestro.

En la memoria del año 1919 ya habla de «determinar el mejor emplazamiento del pozo maestro de extracción». En 1926 se realiza la explanación para comenzar con el nuevo pozo entre otras razones porque «por encima del nivel 50, es ya muy limitado para asegurar la explotación». Es en el año 1930, cuando se concluye la profundización de los 150 metros proyectados y con ella, la imagen actual de las instalaciones. El castillete es obra de Construcciones Juliana de Gijón y ese mismo año se inaugura siendo su presidente Francisco de Ibarra.

Las instalaciones sufrieron durante la Guerra Civil desperfectos por diversas voladuras. El pozo quedó inundado y el castillete quedó unos diez grados fuera de su vertical. En la revista Hornaguera, narraba el ingeniero que recuperó el castillete en 1969, Cirilo de Asla: «Pedimos traviesas a la Renfe y cuatro gatos, levantando poco a poco, tomé medida para la estructura nueva de los pies de las columnas y el anclaje. Colocado el castillete en su sitio bien nivelado y en su plomo se echó a andar con todo el éxito».

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